Nombres propios, historias comunes

Voces en pandemia

Reencuentro con los lectores entre libros. La librería Andenbuch del barrio berlinés de Kreuzberg acogió el 24 de junio un coloquio sobre «Nombres propios, historias comunes», evento en el que también se leyeron pasajes de la obra en español y en alemán.

A continuación puede leer la entrevista que sustanció la primera parte de esta agradable tarde literaria, en la que estuve magistralmente acompañada por Isabel Piedrahita y Kathrin Thielecke, amigas, compañeras de grupo de lectura y participantes en la traducción al alemán de los relatos traducidos.

Isabel Piedrahita: María, ¿por qué este libro?

María Jesús Ortiz Moreiro: “Nombres propios, historias comunes” surge de una doble necesidad. Por un lado, responde a la necesidad de hablar y compartir que tuvimos durante la pandemia, en especial, durante los peores meses. Todos hablábamos más de lo habitual, compartíamos más de lo que solíamos compartir en redes sociales, por ejemplo. Era nuestra válvula de escape, dadas las circunstancias, dadas las restricciones de movimiento y el confinamiento.

Proliferaron nuevas vías de información. Los podcasts vivieron un momento dorado, surgieron nuevos canales de YouTube con contenidos especializados y muchos programas en la radio generalista y muchas iniciativas en el ámbito cultural fueron eminentemente colaborativas, participativas. Yo participé en dos proyectos cooperativos. Uno, que partió de Berlín, de Erika Stehli, de la editorial Buch:Buch:. Se llamó “Miradas”, una antología de textos de autores hispanohablantes. El otro proyecto fue el blog que impulsó desde Madrid la escritora española Paloma Ulloa y que tituló “El Decamerón del siglo XXI”.

Además, también estuve mandando crónicas desde Berlín a un podcast colaborativo de Guadix, mi pueblo, cuyo propósito era hacer comunidad virtual, cuando hacerlo en presencial era imposible.

Es decir, había un deseo de hablar, de comunicar, de buscar nuevas maneras de socializar y esas voces que hablaban y contaban esto y aquello están en “Nombres propios, historias comunes”. Voces, por cierto, de personas en transformación, en adaptación a unas nuevas circunstancias sobrevenidas y tremendamente cambiantes.

Por un lado, por tanto, “Nombres propios, historias comunes” se nutre de esas voces que necesitaban hablar y expresarse.

Por otro lado, “Nombres propios, historias comunes” se presenta también como recurso frente al olvido de aquello por lo que hemos pasado. La pandemia -al menos, lo peor, al menos, de momento-, ya ha pasado, pero pasó por nosotros, en mayor o menor medida. Tuvimos que cambiar. Cambiamos. Y ahora no somos los mismos. ¿Tenemos derecho a olvidar, a pasar página? Sí, claro, pero también a tener presente nuestros yoes, nuestras circunstancias de entonces, y la manera en la que todo aquello ha influido en lo que somos ahora. Vi la necesidad de recoger en un libro vivencias, emociones, silencios, encuentros, distancias, sentimientos que recorrimos durante los meses excepcionales -en el sentido de excepción, de fuera de lo común- de la pandemia.

Vi la necesidad de que aquellas voces, de que lo que compartimos en redes sociales, de que lo que hicimos o dejamos de hacer en aquel tiempo, quedara por escrito.

Coloquio sobre «Nombres propios, historias comunes» ©IOya

IP: ¿Y por qué este título, “Nombres propios, historias comunes”?

MJOM: No hay historia menor.

Toda historia, por muy común que sea, en un contexto endemoniado como ha sido el de la pandemia, merecía ser contada, puesta por escrito.

“Historias comunes” en cuanto a diarias y en cuanto a historias en común con tantas otras personas, porque algo que ha singularizado esta pandemia es que ha sido “narrada” y “padecida” de manera simultánea a escala global, y este es un detalle importante.

Historias comunes, decía, que tienen, sin embargo, protagonistas concretos, nombres propios. Muchas de estas historias, por cierto, están narradas por ellos mismos. Están en primera persona. Es la deferencia que tengo hacia sus protagonistas.

“Nombres propios, historias comunes”. Me alegra haberlo escrito, porque ahora tengo la sensación como de que la pandemia jamás hubiese existido, nadie habla ya de aquello, aunque padecemos las consecuencias de aquel parón, aunque estamos de lleno en un proceso de profunda transformación a todos los niveles, del que la pandemia fue tan solo el aperitivo.

Isabel Piedrahita y María Jesús Ortiz durante el coloquio ©IOya

IP: En la contraportada hablas de este libro como “crónica”. ¿Cómo se es capaz de describir ambientes y montar escenas justo que están siendo actualidad, de acontecimientos que están pasando ahora?

MJOM: Ser periodista me ayudó a lograr comunicar tomando distancia del hecho, contextualizándolo debidamente. Las circunstancias, el telón de fondo en todas estas historias no es cualquier cosa.

Detrás de este libro hay mucha observación, mucha escucha, mucha lectura (de actualidad, es decir, de prensa diaria, y lectura literaria). Y observación y escucha y documentación son preliminares, actitudes que se presuponen fundamentales en el periodista que afronta el hecho de informar. En este libro, por tanto, mi yo periodista está al 100%.

Eso sí. Quede claro. Mi libro es ficción. Ningún argumento, ningún personaje tienen su correlato real. Pero, como decía antes, es una ficción muy cercana a inquietudes que se dejaron oír, leer, ver, sentir. En el libro están los sentimientos, las emociones que la gente transmitía en redes sociales, en los programas de radio a los que llamaban para desahogarse, que percibías en las interacciones sociales “autorizadas”.

Por eso defino este libro como “crónica de un tiempo”.

Naturalmente con los años lograremos tener la perspectiva suficiente como para comprender qué es verdaderamente lo que hemos vivido, para medir su alcance.

Pero “Nombres propios, historias comunes” sí puede tomarse como una muestra de comportamientos y reacciones y emociones auténticas vividas en pandemia.

María Jesús Ortiz y Kathrin Thielecke durante el coloquio ©IOya

IP: “Nombres propios, historias comunes” está formado por 28 relatos fechados desde febrero de 2020 hasta mayo de 2022. ¿El orden que siguen en el libro se corresponde con el orden en el que fueron escritos?

MJOM: 28 relatos o 28 capítulos de una novela. También me han comentado que “Nombres propios, historias comunes” es, en realidad, una novela.

En respuesta a tu pregunta, Jein. Unos sí, otros no.

Cuando terminé de escribir todos los textos, me di cuenta de que cada uno respondía de alguna manera a un momento específico de la pandemia. La pandemia ha sido como un subibaja. Ha habido momentos de mayores restricciones, de mayor tensión, otros de mayor laxitud. Y entonces adjudiqué a posteriori una fecha a cada relato en función de este criterio.

Hay relatos que sí que escribí en la fecha que tienen.

Por ejemplo, los relatos de la saga de Otto y los clientes habituales del Späti de Günter los escribí en las fechas que tienen. También es el caso del relato “Ayer”. En el libro aparece en segundo lugar. Ese relato resume el fin de una era y el inicio de otra. Lo escribí en marzo de 2020, en aquellos momentos de shock, cuando no sabíamos nada, excepto que teníamos que cancelar de repente toda nuestra agenda. Sin ir más lejos. El 14 de marzo de 2020 yo tenía previsto un coloquio sobre mi novela “Sombras en la luz” aquí, en Andenbuch, evento que cancelé por motivos obvios. En aquel clima, en aquellos días fue cuando escribí este relato, “Ayer”, fechado en marzo de 2020.

Este cuento me hizo encender la bombillita de «emitiendo/grabando». No sabía qué iba a pasar, pero sí que había que activar el modo “alerta”. Fui haciendo anotaciones. Todavía no existía la voluntad de escribir “Nombres propios, historias comunes”. Pero sí a ir registrando esta reacción por aquí, estos comentarios por allá, esas impresiones, etc.

Coloquio sobre «Nombres propios, historias comunes»

IP: Berlín aparece como telón de fondo de muchos relatos. ¿Las escenas berlinesas son reales o ficticias?

MJOM: En estos relatos, como en otros no ambientados en Berlín, hay detalles, aspectos de situaciones vividas. En las escenas berlinesas sus escenarios son muy reconocibles. Comentaba antes los relatos de Otto y estos transcurren delante de un Späti. Hay otras historias, muy queridas por los lectores, como la de “Amanda Parker” o la de “Ben, Mira”, que transcurren en un vagón de la S-Bahn…

Pero lo que ocurre y a quienes les pasa, son ficción, son ficticios.

¿Por qué, de todo lo que define a Berlín, tomo a un hombre normal y corriente en su pequeña rutina? Berlín es muchas cosas. Pero Berlín, en pandemia, como lo fueron todos los rincones del mundo afectados por la pandemia, lo que significaba era agendas canceladas, rutinas interrumpidas. Durante la pandemia, la rutina se convirtió en objeto de deseo, en nuestro anhelo, aquí en Berlín, en Madrid, en Tokio. Soñábamos con volver a las pequeñas cosas que formaban parte de nuestro día a día.

Otto, el protagonista de las historias del Späti, tiene esto clarísimo y por eso cuida muchísimo, le da tantísimo valor a la pequeña rutina permitida por la pandemia, que es ir al Späti, pedirse un café de filtro, comprar un bollo de pan, el periódico y fumarse el cigarrillo fuera, en la puerta, mientras echa un ratito de charla con otros clientes habituales.

María Jesús, Isabel y Kathrin participan en el grupo de lectura «Con tildes y virgulillas» ©IOya

IP: Como comentaba antes, María, Kathrin y yo formamos parte de la tertulia literaria “Con tildes y virgulillas”. Este año celebraremos el sexto aniversario. La primera obra que hemos leído y comentado este año fue el ensayo de Virginia Woolf “Una habitación propia”. Mientras escribiste este libro, estos relatos, María ¿hubo habitación propia?

MJOM: No, ni espacial ni espiritual. ¿De dónde sacar tiempo en aquellas circunstancias? Parto de que escribir para mí, no fue terapia. Este libro, como decía al inicio, nace de una necesidad ajena a mí. Mi terapia en pandemia fue leer en los ratitos en los que podía hacerlo. Leer en el grupo de lectura, leer con mis hijos, leer en silencio.

En aquellos primeros meses de la pandemia escuché mucho, mucha radio, muchos podcasts. Iba anotando cosas que me parecían curiosas, interesantes -lo contaba antes-. Lo hacía sin ningún afán. Mayormente apuntaba palabras sueltas como “incertidumbre”, “pena”, “pérdida”, “soledad”, “alegría”, “proyectos”… también esbocé algunos relatos que están en el libro, por ejemplo el relato de Anacleto, que me salió del tirón, pero, como estaba diciendo, todo sin ninguna pretensión.

En el verano de 2020, cuando el virus parecía estar remitiendo, me di cuenta de que estábamos olvidando aquella solidaridad en los primeros meses, me di cuenta de que ya no hablábamos de los aplausos en el balcón, de las compras que se hacían a las vecinas que eran más mayores.

“El derecho al olvido es importante”, pensaba, “pero hacía nada que nos habían sucedido muchas cosas, que nos habíamos enfrentado a muchos fantasmas, a muchos miedos, y eso no podía perderse, olvidarse”.

Entramos en el otoño de aquel 2020, que fue un otoño terrible en Alemania, pues fue cuando aquí rugió la pandemia verdaderamente. Llegó el momento en el que vi la necesidad de ponerme a escribir y entonces me busqué mi espacio y mi tiempo para poner por escrito mis ideas, que, como decía antes, iba apuntando por aquí y por allá. Ya entonces empecé con el trabajo sistemático de escritura del libro, lo cual no es nada romántico, sino algo muy solitario y muy ingrato.

Coloquio sobre «Nombres propios, historias comunes» ©IOya

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