Guadix en la retina/Historias de Berlín

Noviembre | Vida y muerte | Apuntes

El último temporal ha dejado tras de sí una tupida alfombra de hojas, unas ramas, en consecuencia, tan tiritonas como quienes bajo ellas, más que pasear, pasan a paso marcial, y la inequívoca impresión de que estamos a nada del fundido a negro del solsticio de invierno. En Berlín noviembre es un mes vestido de viento y humedad y frío de los pies a la cabeza. Vacía las calles de gente y llena de enfermos las consultas médicas, hervideros de virus que uno va encadenando hasta bien avanzado marzo. Noviembre gasta hato largo y oscuro. Algún día suelto se arremanga y nos premia con luz solar directa que dura lo que un caramelo en la puerta de un colegio.

Anocheciendo| Berlín, otoño, 2017

Del colegio y de las guarderías salen por san Martín niños en procesión armados con farolillos de papeles de colores y ofrecen cierta resistencia a las tardes envueltas en noche, batalla que se continúa en las casas prendiendo velas casi con cualquier excusa.

Las noticias que me llegan de España son las de un otoño bañado de verano y lejano de aquel otro que nuestros abuelos recibían comiendo castañas y boniatos asados, echando las sayas gordas en las mesas camilla y poniendo a punto las pellizas. Aquellas circunstancias, como estas con las que el tiempo “bendice” a Berlín, invitan a replegarse, a atrincherarse bajo techo, ya sea en la casa de uno, en un café, en sus propios pensamientos. Esta hibernación, parcial o completa, según las necesidades sociales de cada cual, que arranca con la oscuridad otoñal de noviembre, nos facilita ocasiones para pisar el freno y pensar en aquello y en aquellos en los que, cuando tenemos que resolver tanto y tan rápido, no reparamos. La fiesta de Todos los Santos, que en España se celebra el primer día del mes y la de los fieles difuntos, el segundo, que en Alemania tiene lugar el domingo anterior al primero de Adviento, sirven como antídoto frente al olvido, auténtica muerte de los finados. El recuerdo de sus hábitos, de sus frases y sus silencios, sus habilidades y sus desatinos, sus malos o buenos prontos, sus manías y sus genialidades, sus buenos o malos gestos, traerlos a nuestro hoy y ahora con palabras, entre lágrimas y sonrisas, es ejercicio suficiente como para conjugarlos en un digno y merecido presente continuo.

La vida y la muerte… hechos tan indiscutibles y, sin embargo, interpretados y experimentados de manera tan diferente según el rincón del globo en el que se pazca. Así, aunque noviembre sea para alemanes y españoles el mes de referencia para honrar en comunidad la memoria de los difuntos, la forma de efectuarlo varía sensiblemente de una a otra latitud. No soy amiga de generalizaciones, por lo que me limitaré a comentar lo que veo que pasa en Berlín y a lo que alcanzo como accitana practicante. Por aquí, queridos paisanos, la muerte no es un tabú a nuestro estilo. Los cementerios están integrados en las ciudades. Cuesta distinguirlos de parques. Si no fuera por las lápidas parcamente ornamentadas que brotan del césped, se diría que son zonas arboladas de esparcimiento. Supongo que si en estos camposantos predominaran las paredes de nichos y hubiese ese horror vacui determinado por lo mucho que cuesta el metro cuadrado de tierra, como ocurre allí, otro gallo cantaría, otra campana doblaría. Sea como fuere, el hecho es que por aquí para el personal no es problema alguno que la ventana del dormitorio dé al patio de un cementerio o que la guardería de los críos esté pared con pared con un negocio de lápidas, como tampoco ir en vida a elegir el modelo de ataúd o la modalidad de exequias deseadas. Por “allí bajos” estas cosicas se llevan de otra manera. Si no para todos, para parte de los nuestros la muerte, mejor no mentarla mucho, porque trae mal fario, y que el cementerio esté a las afueras, aunque pille a desmano, no es cosa que provoque queja alguna, y que todo lo que tenga que ver con lo fúnebre, algo que objetivamente no tiene mayor importancia, subjetivamente sí y mucho. En lo dicho veréis reconocido a ese primo, a aquella vecina e incluso, aunque os/nos cueste afirmarlo, detectamos la presencia de lo supersticioso, de trazo ancestral, en nosotros mismos, por mucho siglo XXI que pisemos.

Aquí, por el 1 de noviembre, lo único que hay son disfraces de plasticucho por doquier, ya sea en supermercados, tiendas de juguetes, como en gasolineras, las radios queman “Thriller” de Maicol Yekson y las fiestas de cumpleaños celebradas en torno a la fecha lo son también de «Halloween». Poca repercusión en el uso y costumbres locales tiene la conmemoración de la Reforma luterana, que comenzó hace 500 años el último día de octubre a unos pocos kilómetros de la capital germana, más allá de que este año, por ser el aniversario redondo, es festivo en toda Alemania. Todo lo inundan las calabazas de sonrisa siniestra, escobas, colmillos protuberantes y demás decoración jalogüiniana. Una de las pocas estampas discordantes con la estética que nos viene envasada al vacío desde Estados Unidos la aportan los mexicanos expatriados con sus altares de muertos. A Dios gracias.

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