El quinto anejo

Avanzar sin olvidar

Está medianamente claro que tenemos que avanzar y buscar un horizonte, aunque nos cueste verlo, pero también que no debemos olvidar de qué situación venimos y en qué punto estamos. Me refiero asimismo en la crónica a uno de esos días internacionales que conmemorábamos hace poco y que en Alemania es recordado de manera especial.

Habemus Berlinale. El festival internacional de cine de Berlín está teniendo lugar finalmente durante esta semana. Febrero en Berlín se viste de cine. Pero la pandemia, como todo, también está condicionando el desarrollo de esta edición del festival, que se va a desarrollar en dos fases. La primera, la que acontece ahora, comprende el visionado de las cintas participantes pero solo para prensa y sector especializado. También se darán a conocer los ganadores. Pero la entrega de premios y las proyecciones con público se posponen hasta junio, en principio. Ya se verá… esta es la coletilla de todo lo que actualmente se planea, “ya se verá…”.

Está visto que hay que adaptarse a lo que hay y seguir pa’lante en la medida de lo que las circunstancias lo permiten. Pues en ello estamos, sujetos a cambios de última hora, sin poder hacer planes de medio, largo alcance, con la agenda condicionada…, y haciendo cosas, impensables en nuestras vidas de antes: ahora cumplimos años confinados, soplamos las velas por videoconferencia, transmitimos el minuto y resultado de un parto por wasap, compartimos por Facebook nuestros diarios de la pandemia que, a este ritmo, van camino de serial, no de relato corto, como ilusamente pensábamos cuando salimos a los balcones a aplaudir a los sanitarios, hace ya casi un año…, qué rápido pasa el tiempo, y qué lento…

Eran los sanitarios nuestros héroes en aquellos primeros días en los que vimos en el vecino ese confidente insospechado, un hermano, un cura, un psicólogo, un filósofo, un estadista. ¡Y nosotros, sin habernos dado cuenta antes! Días aquellos, ahora remotos, en los que nuestros niños dibujaban arcoíris que pegábamos en las ventanas, y los vecindarios engalanaban ventanas y balcones en las fiestas locales, había bingos, tómbolas…

Los niños pintaban dibujos llenos de colores y alegría. ¡Qué tiempos aquellos, ahora remotos!

El ánimo se fue desinflando y hubo hasta quienes empezaron a ver en quienes trabajaban en pleno cerrojazo, una amenaza para su salud. Los médicos, los cajeros, los transportistas, los barrenderos, etc., de héroes, pasaron a ser, si no villanos, sí un riesgo para algunos. Afortunadamente los cizañeros no eran la mayoría, como tampoco los «policías de balcón», más pendientes de quien avanzaba más metros de los permitidos, que de aquel vecino al que no se le veía el pelo desde hacía unos días.

La mayoría, los que más temían/temíamos que eso del covid no era cosa de una primavera y que lo de tener la rutina embargada iba pa’ largo. Y ya desde que quedó inaugurada a bombo y platillo la nueva normalidad, nos hemos visto todos abocados a intentar vivir nuestras vidas, sin olvidar el percalazo tan grande que nos rodea. Y ahí, creo, que está la clave de lo mucho que nos resulta digerir estos tiempos y los riesgos que corremos de asumir las altas cifras de muertos y de contagios como parte del paisaje habitual, es decir, de insensibilizarnos, de acomodarnos. Nuestro instinto de supervivencia, de adaptación a las circunstancias, fundamental, erosiona a la vez nuestra capacidad de empatizar, tan fundamental y tan parte de nuestra esencia como la anterior. Sobre esto habló mucho Viktor Frankl en “El hombre en busca de sentido”, que ya he mencionado en otras crónicas, al referirse a la indolencia de los prisioneros de los campos de concentración para con sus otros compañeros.

Hay que avanzar, no nos podemos quedar presas del espanto, ensimismarnos en reflexiones… Eso está claro. Pero recordando, teniendo presente.

Hace una semana de uno de esos días internacionales que en Alemania es recordado de una manera especial. Me refiero al día de conmemoración de las víctimas del holocausto. Hay aquí una iniciativa sencilla, a la vez que efectiva, que va en la línea de lo que comento hoy de avanzar, pero teniendo presente: se llama «Stolpersteine», piedras para tropezar. Se trata de unas pequeñas placas que se colocan en la acera, al nivel del resto de adoquines, donde aparece el nombre de personas que fueron sacadas de sus viviendas, de esas ante las que se ponen estas «Stolpersteine», y llevadas a los campos de concentración. Son piedras, placas con las que tu vista, que suele ir perdida en el suelo, tropieza, y hace que no olvides lo que no hace mucho le pasó a gente como tú.

Nos toca bregar con esto de avanzar, pero siempre teniendo presente el drama que nos rodea.

Placas a pie de calle ante las que fueran viviendas de víctimas del Holocausto ©MOrtiz

El texto está basado en una crónica emitida en el podcast “Todo va bien, Guadix” en su 98ª edición

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